El caso del robo de la marca Frisby en España es un atentado ético, no una campaña de marketing

El caso del robo de la marca Frisby en España es un atentado ético, no una campaña de marketing

La polémica por la aparición de un “Frisby” en España no es una ingeniosa campaña de marketing ni una estrategia disruptiva: es un robo de marca en toda regla, una práctica que atenta contra la ética empresarial y que de repetirse con una multinacional estadounidense como KFC, sería destruida sin contemplaciones por la justicia y la opinión pública internacional.

No es marketing, es suplantación

Frisby Colombia, la cadena nacional que ha construido durante casi cinco décadas una reputación basada en la calidad, la innovación y el arraigo cultural, fue contundente: no ha iniciado ni autorizado ningún proceso de expansión, comercialización ni inversión bajo la marca Frisby en España ni en la Unión Europea. Todo lo que circula en plataformas digitales sobre franquicias, aperturas o inversiones en territorio europeo es falso, no tiene autorización y constituye, en palabras de la propia empresa, un uso no autorizado de la marca, sus atributos gráficos y personajes característicos como el “Pollo Frisby”.

La compañía alertó a inversionistas y consumidores sobre el riesgo de caer en posibles fraudes, advirtiendo que quienes promueven la supuesta franquicia en España están ofreciendo oportunidades de inversión de hasta 300.000 euros y regalías del 5%, sin vínculo alguno con la matriz colombiana.

La ética empresarial está en juego

La ética en los negocios no es negociable. El intento de apropiarse de una marca ajena, aprovechando vacíos legales o tecnicismos registrales, es inaceptable. Así la marca no estuviera registrada en España, la reputación, la historia y el reconocimiento de Frisby en Colombia y otros países deben ser respetados. Si alguien intentara replicar este modus operandi con una marca global como KFC, el resultado sería devastador: demandas millonarias, sanciones ejemplares y un repudio generalizado.

La propia KFC, competidor directo de Frisby en Colombia, se pronunció públicamente en apoyo a la marca nacional, dejando claro que “lo auténtico no se copia, se respeta” y que “con lo original no se juega”. Este respaldo de una multinacional estadounidense es un mensaje claro: el respeto por la propiedad intelectual y la ética comercial no es opcional, es un principio fundamental del mercado global.

¿Quién es Jacqueline Guillemine Pérez Parcha?

Detrás de la empresa Frisby España S.L., figura como accionista mayoritaria Jacqueline Guillemine Pérez Parcha, una ciudadana belga de 63 años que registró como domicilio Bruselas y aportó 1.750 euros al capital social de la compañía. Junto a ella, el abogado español Gonzalo Barrenechea Correa, de 50 años, puso los 250 euros restantes y aparece como administrador único de la sociedad.

Sin embargo, la verdadera identidad de los beneficiarios finales es incierta. Según declaraciones de la propia Frisby España, los nombres que figuran en los documentos de constitución corresponden a personas remuneradas cuya función es garantizar la confidencialidad y la protección de la identidad del verdadero empresario. Esta práctica, aunque legal en Europa, añade un manto de opacidad y sospecha sobre las verdaderas intenciones y el origen del capital detrás de la apropiación de la marca Frisby en España.

Lo triste: la reacción de muchos colombianos

Más allá del escándalo legal y empresarial, lo más lamentable es la reacción de una parte de la sociedad colombiana ante el robo de la marca. En vez de indignarse y defender lo propio, muchos han optado por la burla, el meme y la indiferencia, haciendo gala de una personalidad salvaje, egoísta y destructiva que tanto daño ha hecho al país. En redes sociales abundan los chistes y la trivialización del problema, como si el esfuerzo de décadas de una empresa nacional fuera algo menor, normal en los colombianos que siempre se alegran de cuando a los demás les va mal y si les va bien tratan de destruirlo de cualquier manera, los colombianos por naturaleza somos así.

Esta actitud no solo es autodestructiva, sino que revela una falta de sentido de pertenencia y respeto por el trabajo ajeno. Mientras en otros países un caso así generaría solidaridad y defensa de la marca nacional, en Colombia algunos prefieren el sarcasmo y el espectáculo. Es hora de reflexionar sobre el papel de la sociedad en la defensa de lo propio y en la construcción de una ética colectiva que valore el esfuerzo, la innovación y la reputación de las empresas nacionales.

La verdad sobre el caso Frisby España

La empresa que opera en España bajo el nombre Frisby no tiene relación alguna con la original. Ha utilizado el nombre, los colores, el logo y hasta el clásico “Pollo Frisby” para promocionarse, generando confusión y aprovechándose del prestigio ajeno. Frisby S.A. BIC fue enfática en su comunicado: no ha otorgado ninguna franquicia ni ha autorizado el uso de su marca fuera de Colombia y tomará medidas legales para defender su identidad y reputación.

La estrategia de quienes están detrás de “Frisby España” es clara: buscan beneficiarse del reconocimiento y la trayectoria de una marca que no les pertenece. Esta práctica, además de ilegal, es profundamente antiética. El hecho de que hayan registrado el nombre en la Unión Europea no les da derecho moral ni empresarial a usurpar el trabajo de décadas de una compañía legítima.

¿Qué pasaría si esto le ocurriera a una cadena gringa como KFC?

El caso Frisby no es menor. Si alguien intentara abrir un restaurante en Europa usando el nombre, los colores y la imagen de KFC sin autorización, la reacción sería inmediata y demoledora. KFC, con su estructura legal y su poderío global, no solo demandaría a los responsables, sino que además contaría con el respaldo de la comunidad empresarial internacional, que no tolera el robo de propiedad intelectual.

Frisby, aunque es una marca nacional, merece el mismo respeto. Su éxito no es casualidad: ha liderado el mercado colombiano del pollo frito durante años, superando incluso a gigantes como KFC en ventas, innovación y conexión con los consumidores. Robar su identidad es robar el esfuerzo de miles de trabajadores, la confianza de millones de clientes y la historia de una empresa que ha hecho parte de la cultura colombiana.

Frisby ya anunció que acudirá a todas las instancias legales para proteger su marca. Pero más allá de los tribunales, este caso es una prueba para la ética empresarial en tiempos de globalización. El respeto por la propiedad intelectual y la reputación ajena es la base de la competencia leal y del desarrollo de mercados sanos.

La comunidad empresarial, los consumidores y la opinión pública deben cerrar filas en torno a Frisby. No solo porque es lo correcto, sino porque si permitimos que el robo de marca se normalice, ninguna empresa –grande o pequeña, local o global– estará a salvo.

El caso Frisby en España es un robo de marca, no una campaña de marketing. Es un atentado contra la ética y la legalidad, y debe ser rechazado de manera contundente. El apoyo de KFC a Frisby es un ejemplo de solidaridad y respeto por la autenticidad. Porque lo auténtico no se copia, se respeta. Y porque con lo original no se juega, no se les vaya a hacer extraño que de repente otro colombiano esté involucrado.

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