
El país que convirtió a sus artistas en mendigos del estado disfrazados de gestores culturales
“…los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos, porque a todos es dado ver, pero a pocos tocar. Todos ven lo que pareces, pocos sienten lo que eres, y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de muchos, que tienen la majestad del Estado que los defiende. En las acciones de todos los hombres, y especialmente de los príncipes, donde no hay tribunal al que recurrir, se mira al fin. Procure, pues, el príncipe vencer y mantener el Estado: los medios serán siempre juzgados honrosos y alabados por todos.”
— El Príncipe, Capítulo XVIII. Maquiavelo.
De nuevo se ha armado un gran debate por los resultados tanto de las convocatorias nacionales como distritales en las artes… antes de leer este artículo, los invito a pasar por los foros de internet de estas instituciones y darse una vuelta por los comentarios de cientos y cientos de artistas criticando el sistema cultural del país.
Todo artista en Colombia se ha convertido en un drogadicto muerto de hambre, pero no por elección sino por necesidad, y la droga a la que son adictos es la “Convocaina”, una droga más peligrosa que la cocaína o que el fentanilo. Las convocatorias del gobierno y sus entidades tanto locales como nacionales son el perico que todo artista se quiere oler, porque al no tener como comer y trabajar nos vemos obligados a arrodillarnos y estoy viendo a muchos amigos y personas que he admirado, volverse corruptos para comer, matando las artes y me asco.
Lo que digo es muy fuerte, sí, pero también el reflejo de una frustración absolutamente real y honesta que comparten muchos artistas en este país (y en América Latina en general). La “convocaina” es una droga poderosa y cruel, los convierte en dependientes, muchos artistas terminan atrapados en un sistema que solo les ofrece migajas envueltas en burocracia, favores políticos y clientelismo a cambio de “hacer lo que toca” y no lo que se cree o se quiere hacer desde el arte.
No perdamos más el tiempo tratando de cambiarlo, he peleado por años, he ganado enemigos, sigo pobre económicamente por no sucumbir jamás a este sistema corroído por la cultura mafiosa colombiana, al colombiano le fascina ser un mantenido y si uno no se alinea con la corrupción de las instituciones entonces lo vetan. Nisiquiera intentemos dar ideas o cambiarlo, así es y así será por siempre. Es un país que lleva la corrupción en la sangre.
Esto no es una rabieta, es la voz de alguien que ya peleó, que ya lo intentó todo y que se cansó de ver a los mismos ladrones celebrándose entre ellos con discursos sobre cultura y transformación social. Este cansancio no es amargura es por fin lucidez.
Colombia tiene un sistema cultural fundado no en la calidad artística sino en el acomodo, en la relación clientelar, en el “yo te doy si tú no me críticas”. Si no entras en la rosca, estás fuera. Y no hay beca para la coherencia. La palabra clave es “vetan”, ese es el mecanismo más brutal que tienen, te silencian sin matarte, no te censuran con leyes sino con olvido y negación y eso duele más que un golpe o una puñalada, duele porque de alguna manera aun me importa. Y sé que aunque a veces parece que uno está solo en esta guerra, sé que hay otros que también se hartaron, que tampoco encajan, que no aplauden lo podrido.
Es terrible ver a gente que antes respetaba vendiéndose por migajas, ver cómo la corrupción se disfraza de discurso progresista, cómo los jurados corruptos sonríen en paneles sobre “ética cultural”, mientras los artistas verdaderos no tienen con que almorzar, solos, vetados… eso deteriora la salud mental de cualquier persona. Es agotador tener razón en un país que premia al mentiroso, agota mentalmente. Es lo que pasa cuando una persona que ha actuado con integridad durante mucho tiempo ya no puede más, no porque haya perdido sus valores, sino porque el entorno lo castiga sistemáticamente por tenerlos y en el arte es peor, porque no se trata solo de trabajo, se trata de lo que uno es, de su identidad, su sensibilidad, su visión del mundo, así que no se confundan, este cansancio no es debilidad, es la factura de la dignidad y ver a los demás rendirse da asco y mucha tristeza, porque no se están vendiendo por ambición, sino por hambre eso lo hace aún más trágico.
Ya no les interesa el testimonio, no les interesa aprender, no les interesa convertirse en enemigos de sus amigos, no les interesa traicionar, creen que estudiar es una pérdida de tiempo, hablan mal de todo el mundo, ofenden pero cuando se les responde con violencia entonces lloran y se victimizan, pero lo que más me aterra es que ya no esconden su nepotismo y corrupción, eso me aterra y que no pasa nada, los han investigado, los han descubierto pero no pasa nada ¿cómo se puede luchar contra eso? Ya no se esconden, ya no tienen vergüenza, el cinismo es público, premiado, institucionalizado. Lo que antes se disimulaba hoy se celebra: el nepotismo ahora es “red de colaboración”, la corrupción es “resignificación del territorio”, la rosca es “tejer comunidad” y así van construyendo discursos idiotas para cambiar el crimen por lo que hoy llaman “networking”. Y lo más violento no es solo que exista, sino que no pase nada, que los denuncien, los expongan, que haya pruebas y aun así los sigan llamando a paneles, premiando, dándoles poder. Eso mata cualquier esperanza de justicia.
Y los pocos que intentaron hacer las cosas bien se queman por dentro de la rabia y la frustración, porque no solo es no poder trabajar de otra manera, es que se roban el sentido de todo lo que tiene significado, es enfrentaste a un sistema podrido esperando que algo se moviera, que alguien dijera algo y lo único que pasó fue que nos dejaron solos.
Es una guerra sin balas pero con consecuencias bestiales, el artista se enferma, se aísla, duda de si mismo, se llena de rabia que no cabe en ninguna parte y encima, cuando explotan, ellos, los corruptos y los cobardes se hacen los santos: “ay, qué agresivo”, “qué intenso”, “algo le pasa”. Porque así se protege el sistema, el sistema de mierda te hace parecer loco por ver con claridad lo que todos los demás fingen no ver ¿Cómo se lucha contra eso? No se puede, al menos no con fuerza, no con razón, no con pruebas. Porque el sistema no funciona por lógica ni por justicia, funciona por redes de favores, por silencios convenientes, por miedo a quedar por fuera. Así que lo único que se puede hacer es no volverse como ellos, aunque duela, aunque eso lo deje a uno en la sombra… Porque si uno se convierte en eso que odia, entonces ahí sí ganaron del todo.
Entonces ya no hay artistas en Colombia, son mercenarios de las artes, borregos… pero no tienen la culpa (no la tenemos) porque en Colombia no se puede vivir de las artes de manera autogestionada e independiente, entonces al artista no le queda nada más que ser un contratista del estado, un eterno concursante, llenando como ilusos convocatorias que se ganan los mismos que trabajan en las entidades corruptas, corruptos calificando corruptos para entregarse premios corruptos, eso mata cualquier ilusión y cualquier lucha, ellos ganaron y lo peor es que ni siquiera tuvieron que esforzarse mucho. Solo tuvieron que dejar que el hambre hiciera su trabajo. Que la desesperación doblegara la ética. Que el miedo al olvido comprara el silencio. Y así, artista por artista, año tras año, convocatoria tras convocatoria, construyeron un sistema donde el talento no importa si no tienes palanca y la integridad es una desventaja competitiva. Colombia no solo precariza al artista… lo domestica, lo convierte en un animal obediente que agradece las sobras disfrazadas de estímulos culturales mientras los que ganan siguen ganando con proyectos reciclados, discursos vacíos y favores cruzados, los que se mantienen firmes terminan rotos, invisibles, cansados, como yo, como muchos otros que ya no tienen voz porque la rosca los silenció por agotamiento.
Lo que mata no es solo el robo del dinero es el robo de la ilusión, el robo del sentido de hacer arte, del valor de estudiar, del tiempo invertido en mejorar. Porque al final, todo se reduce a una planilla mal hecha, a un círculo bien armado o a una borrachera con el funcionario correcto y sigo sintiendo asco, y trato de seguir teniendo la llama encendida aunque sea para decir: yo no fui uno de ellos.
Eso no me da becas.
No me da plata.
No me da escenario.
Pero me da algo que ellos, en el fondo, nunca tendrán, paz conmigo mismo, porque una realidad absoluta e irrefutable es que uno puede engañar a cualquiera, menos a uno mismo y eso, aunque no pague el arriendo, sigue siendo más valioso que cualquier convocaina ganada por debajo de cuerda.
“¡Hijueputas, no mataron el arte, lo prostituyeron con informes técnicos y discursos de cartilla!”