
Colombia: Lavando platos para sostener una élite parásita, un país mendigo con traje de dignidad
En Colombia se habla de autosuficiencia, de resiliencia, de una economía que se sostiene con su propio esfuerzo, que los mares, la naturaleza, los recursos, las supuestas riquezas que tenemos. El discurso oficial y mediático promueve una imagen de fortaleza nacional que, en muchos sentidos, no resiste el más mínimo análisis, porque detrás de los titulares y los discursos gubernamentales hay una verdad horrorosa: Colombia vive del esfuerzo de sus migrantes y del dinero de potencias extranjeras, especialmente de Estados Unidos.
Según el Banco de la República, los colombianos en el exterior enviaron en 2024 más de 11.850 millones de dólares en remesas, eso es más del 3% del Producto Interno Bruto (PIB) del país, ojo, eso es más de lo que generan sectores clave como el café o el turismo (Ese donde le cobran 2 millones por mojarra en la ciudad burdel). Son miles de personas que abandonaron el país, se largaron, hartos, huyendo de la pobreza, la violencia o la falta de oportunidades, para trabajar en restaurantes, fábricas, casas de familia o entregando domicilios y que mes a mes sostienen a millones de familiares en Colombia, los lavaplatos de USA mantienen a los Doctores y maestros de Colombia.
Sin este flujo constante de dinero, el sistema financiero colombiano y buena parte del consumo interno colapsarían, las remesas no solo pagan arriendos y mercados sino que sostienen los créditos, la educación, la salud y hasta emprendimientos familiares que se crean para sobrevivir en el país más costoso que Noruega pero que se gana como en Somalia. Es decir, lo que no provee el Estado colombiano, lo proveen los que se fueron.
A esto se suma la ayuda económica que Estados Unidos entrega a Colombia. Según el informe presupuestal de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y otros canales oficiales, en 2024 Colombia recibió aproximadamente 532 millones de dólares en ayuda directa. Esta incluye fondos para seguridad, programas antinarcóticos, desarrollo rural, derechos humanos, justicia transicional y asistencia humanitaria, ese dinero es el que sostiene y mantiene a esa clase política parásita, por eso es que Trump ha ordenado su cierre, se dio cuenta que países como el nuestro contienen rémoras que viven como ricos robando.
Es que es una cifra enorme, abismal para un país que aún se vende como “autosuficiente”, todo esto se convirtió en un presupuesto que muchas veces reemplaza las funciones que el Estado colombiano debería cumplir por sí mismo, pero lo más grave es que una parte importante de estos recursos se pierde en corrupción, clientelismo o estructuras burocráticas que hacen poco o nada por las comunidades que deberían beneficiarse.
¿Autosuficiencia? ¿Cuál?
Ese mito como tantos, de la autosuficiencia colombiana es una construcción ideológica que no se sostiene frente a los datos, Este país no solo depende de remesas y ayuda externa sin que su economía sigue atada a las comodidades como el petróleo, el carbón y obvio el narcotráfico. Cuando el precio del crudo cae, el dólar sube y con él, la inflación; cuando las exportaciones mineras se frenan, el déficit fiscal se dispara, después los pobres ciudadanos que estamos muertos dehambre hacemos un paro o una huelga y los precios suben al nivel de Londres, pero cuando el paro acaba no los bajan, los dejan ahí, al nivel de Londres, para enriquecer a los dueños del paro y calmarlos y así los parásitos puedan seguir viviendo. Un plan hermoso, Maquiavelo estaría orgulloso.
Pero mientras tanto, los discursos oficiales siguen presumiendo de estabilidad, de crecimiento, de resiliencia. ¿Resiliencia de quién? ¿De un Estado que no garantiza salud, educación ni seguridad para todos? ¿O de los millones de migrantes que lavan platos en Nueva York, cuidan ancianos en Madrid o conducen Uber en Santiago para sostener a sus familias aquí?
Lo que muchos no quieren ver porque acá les gusta ignorar, es que la migración colombiana no es un fenómeno de éxito, sino de expulsión, a USA no se va a triunfar, se va a comer mierda, que lo digan los que viven allá. Se van porque no pueden más y lavan su tristeza comprando un carro porque acá jamás pudieron. Porque aquí no hay futuro, no hay empleo digno, no hay políticas públicas reales para las mayorías. Y se van sabiendo que, aun a la distancia, tienen que sostener el país que los expulsó.
Y es por eso que la clase dominante en Colombia se arrodilla sin pudor. Porque, al final, solo les importa el dinero. Saben muy bien que si se atreven a cuestionar las políticas del gobierno de Estados Unidos —así sean bárbaras, como apoyar masacres como la del pueblo palestino o permitir que a los latinos nos traten como perros, o que persigan estudiantes y gays al mejor estilo “Cuentos de la criada”— se arriesgan a que les cierren el grifo del dólar. Por eso se hacen los de la vista gorda, atacan a cualquiera que levante la voz con dignidad y se aferran al poder como si no existiera el mañana. Porque si el imperio de los dólares se les cae, les tocaría vivir como vivimos todos los colombianos de a pie: en la miseria, sin privilegios, sin blindajes, sin embajadas, sin escoltas, sin el humo que los mantiene flotando sobre la tragedia nacional.
Y aunque no lo crean o no lo logren entender… este artículo es un discurso de amor.
Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad.
– Arthur Schopenhauer, Eudemonologia, IV.
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