
La impunidad es el sistema porqué Colombia está podrida desde su justicia
Colombia arrastra una de las tasas de impunidad más altas del continente. Según la Fiscalía General de la Nación, más del 90% de los homicidios en el país quedan sin resolución, en delitos como la corrupción, la impunidad es aún más escandalosa: menos del 4% de los casos terminan en condena, es decir, el crimen paga. Y paga bien.
La justicia, que debería ser el pilar de un Estado funcional, en Colombia es una ruina institucional, no se trata solo de percepción: el Índice de Estado de Derecho 2023 del World Justice Project ubicó a Colombia en el puesto 94 entre 142 países, por debajo de naciones con conflictos armados internos o dictaduras abiertas, el sistema judicial colombiano es considerado lento, ineficaz y vulnerable a la corrupción.
La tutela, ese recurso que alguna vez fue ejemplo de avance constitucional, ha sido desbordada por su uso masivo. Se interponen más de 6 millones al año, muchas por servicios de salud o derechos fundamentales negados por el Estado, pero el cumplimiento de sus fallos es irregular y, en muchos casos, ignorado por las entidades, la tutela dejó de ser un salvavidas para convertirse en un grito ahogado.
Los escándalos no faltan. En 2022, el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Jorge Luis Quiroz, alertó sobre la “captura del sistema judicial por intereses políticos y económicos”. A la par, decenas de jueces han sido investigados por corrupción, prevaricato y vínculos con mafias, el sistema se descompone desde adentro.
Este colapso tiene consecuencias devastadoras, ciudadanos que ya no creen en la ley y muchos optan por la justicia por mano propia —los linchamientos públicos aumentaron un 78% entre 2019 y 2023 según Medicina Legal—. Otros, simplemente hacen lo que quieren, sabiendo que las probabilidades de castigo son mínimas.
La impunidad, entonces no es solo una falla, es un incentivo. Si robar, estafar o incluso asesinar no acarrea consecuencias, ¿por qué no hacerlo? Es así como la corrupción se convierte en modelo de éxito. Y la honestidad, en una rareza.
Colombia no está condenada por naturaleza a este destino, está condenada porque quienes debieron fortalecer la justicia, la debilitaron a propósito, porque a muchos les sirve que el caos siga: jueces comprables, fiscales negligentes, políticos con expedientes en el congelador.
El bucle se alimenta solo, sin justicia no hay confianza, sin confianza no hay ciudadanía activa, y sin ciudadanía activa, el poder se eterniza en manos sucias.
Es hora de llamar las cosas por su nombre, Colombia no es un Estado de derecho funcional, sino un simulacro institucional que mantiene las formas mientras se desmorona por dentro, un estado fallido y colpasado, la esperanza no se pierde por pesimismo, sino por evidencia. Y la evidencia es contundente.
Colombia está rota, no ahora, sino desde hace generaciones y lo más grave es que ya ni siquiera duele, nos acostumbramos al hedor del cadáver que lleva años pudriéndose frente a nuestros ojos.
La justicia no funciona, es corrupta, lenta, comprable. El que tiene poder o dinero se libra de todo, el que no, es solo otro número en la estadística de víctimas. Las tutelas son papel mojado, siempre gana la empresa o la institución que trapeó los derechos de los ciudadanos. Las demandas, un trámite inútil. Las fiscalías están plagadas de negligencia y politiquería. Los jueces fallan según el favor que se les deba, no según la ley.
En Colombia, la ley es un chiste de mal gusto.
Y ese desmoronamiento del sistema ha tenido un costo devastador porque la gente ya no cree en nada, algunos si entendieron el juego, si todo es comprable, si nadie paga por nada, entonces pueden hacer lo que les venga en gana, asesinar, robar, corromper, mentir. Total, el castigo es una excepción, no la regla.
Así se explica por qué este país está lleno de asesinos de cuello blanco y de barrio bajo, por qué los corruptos son premiados con embajadas y contratos o sencillamente con impunidad, por qué los líderes sociales son asesinados y sus crímenes quedan en el olvido, por qué las grandes mafias siguen gobernando bajo el disfraz de partidos políticos o empresas legales, porque aquí no pasa nada, nunca pasa nada.
Y lo más desgarrador es que es probable que nunca cambie, que estemos condenados a este bucle eterno, en donde todo el mundo sabe que el sistema está podrido, pero nadie con poder quiere arreglarlo porque el sistema tal como está… les sirve. La justicia se convirtió en un servicio VIP para unos pocos y en una broma para el resto.
Colombia no se va a arreglar con frases bonitas ni con reformas cosméticas, con frases estúpidas como que somos “el país más feliz del mundo”, “la potencia mundial de la vida” o la peor “el riesgo es que te quedes”, como muchos se han quedado picados en maletas, asesinados después de venir a visitar el país. Se necesita una revolución ética, una refundación profunda, pero no hay voluntad ni educació. Y mientras tanto, el país se va desangrando, y con él, nuestra esperanza.
No, esto no es una columna de opinión optimista. Esto es una radiografía sin anestesia. Colombia es un país donde matar, robar o arruinarle la vida a otro… es negocio. Donde ser decente es casi un acto de ingenuidad.
Y lo más trágico… que para ustedes esto es normal.