
Niños que matan II: Corre de nuevo la sangre en la “potencia mundial de la vida”
En un acto proselitista en Fontibón, un muchacho de 14 años —según el parte policial— disparó por la espalda contra el precandidato Miguel Uribe Turbay. Dos tiros lo dejaron en estado crítico, junto a varios civiles heridos, el ñoño atacante fue capturado tras un tiroteo con escoltas y su arma —una Glock— fue confiscada, mientras autoridades indagan posibles cómplices
Casi de inmediato comenzaron los filósofos de internet a especular ¿autoatentado? ¿montaje político? Pero quienes conocen la historia de la violencia colombiana no se sorprenden, los niños sicarios han sido usados como armas durante décadas. El caso actual no es anomalía, sino consecuencia y síntoma de un país donde la miseria, el clientelismo y la impunidad estructural han convertido a los menores en piezas desechables de guerras encubiertas.
Desde los años 1980–90, la narrativa del “sicario adolescente” se enraíza. Adolescente y niño, a veces desde los 8 años, son entrenados, adiestrados, motivadoscon recompensas—prestigio, dinero, protección— y otras por coerción. Testimonios de sicarios urbanos revelan que “ser sicario… es un trabajo respetable”
“Obvio toca pegarle la pela ‘tas, tas, tas… me invade la adrenalina cada vez que disparo.”
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos detalla cómo grupos armados en zonas marginales enfocan sus esfuerzos en alistar menores, a cambio de un futuro por primera vez “digno”, algo que Colombia no puede ofrecerles.
En regiones azotadas por bacrim y guerrillas, se calcula que 18 000 niños han formado parte de bandas emergentes; otros 100 000 actúan bajo estructuras criminales informales, el reclutamiento infantil se sustenta en miseria y exclusión, si no van al colegio, si tienen hambre, si no hay futuro, un arma —y quienes la otorgan— pueden abrir una puerta tentadora. Desde el conflicto armado interno, el reclutamiento mostró cifras alarmantes: entre 2009 y 2011 se reportaron 343 casos de menores involucrados en 23 departamentos; en 2010, niños de 10 años fueron usados como “porteadores de explosivos”
Hoy las bacrim, herederas del narcotráfico, replican el modelo: a través de videojuegos de violencia, contacto con líderes, promesas de dinero, los jóvenes caen en un sistema donde obedecer o morir es su realidad, este ataque recordó los magnicidios de los 90, cuando aspirantes como Galán, Jaramillo y Pizarro fueron asesinados.
¿Fue un niño al servicio de un mensaje político? ¿Un sicario instrumentalizado por un poder oculto? ¿Una tragedia aprovechada como narrativa partidista? Las hipótesis no faltan y eso no es inocente, es parte de una cultura de violencia donde la verdad real se diluye.
No pasó nisiquiera una hora antes de que surgieran teorías de “autoatentado” o “montaje político”. Es el síntoma clásico de una sociedad que vive en la sospecha constante, donde la mentira política es vista como parte de la estrategia,el rumor es un sustituto barato del análisis; la conspiración, una forma de evadir la realidad brutal, pero la verdad es solo una… los niños convertidos en sicarios porque no tienen otra salida. No es rareza, es normalidad perversa, aceptada hasta el silencio.
El muchacho detenido, Juan Sebastián Rodríguez Casallas de 14 años, ya ofrece colaborar y dar nombres, lo que apunta a una red, una cadena responsable. No actuó solo. Y allí está el dilema, un menor que apuñala la política es hijo de la miseria y el crimen, pero también es parte activa de la trampa, hará lo que le indiquen, pero tiene rostro, nombre, historia. Este niño representa una generación que ya no espera, que dispara por encargo, que ha sido silenciada por el abandono y redimida sólo por presionar el gatillo, eso es Colombia, eso ha sido siempre y eso será siempre.
El agua corre y tiñe de rojo la historia política colombiana desde siempre. Los niños que matan no son rareza, son parte de un sistema, es consecuencia lógica de desigualdad, desaparición del Estado, corrupción, narcotráfico y guerra perpetua en la potencia mundial de la vida, en donde el riesgo es que te quedes.
Mientras todo eso siga fluyendo, los niños invisibles que matan seguirán ahí. El atentado al candidato Uribe no cierra un capítulo, abre otro, más oscuro, más profundo. Colombia no solo sangra, repite su propia historia una y otra vez, una y otra vez. Y con cada gota, demuestra que no se puede vestirse de dignidad sin enfrentar su raíz más cruel y aceptar que somos un estado corrupto y fallido en donde vivir es realmente muy dificil.